Es mi responsabilidad ofrecer disculpas a quien lea esto por el tono excesivo de admiración hacia Dream Theater, pero quien haya asistido al concierto entenderá cada una de mis palabras y asimilará con satisfacción emocional lo que quiero transmitir.
El más reciente concierto de Dream Theater en Colombia generó varias percepciones y puntos de vista; todos enfocados hacia la magnificencia de la banda norteamericana que por segunda vez nos visitó.
12 de marzo de 2008, una tarde lluviosa, gris y fría. El motivo de la espera incondicional: Dream Theater en el Coliseo El Campín, luego de casi tres años desde su última visita y una evolución musical frecuente, pero que no deja de sorprender. Algo en mí gritaba, con el fin de alejar preocupaciones triviales como el seguro resfriado que vendría luego de soportar varios litros de agua que caían del cielo y penetraban por la ropa hasta el cuerpo: la nerviosa y dulce expectativa.
Afuera del Coliseo, en la carrera 30, desde las 2:00 p.m. ya los imaginaba en el escenario proyectando y ejecutando las maravillas musicales sólo comparables con el sonido que el Universo mismo debe generar. En este punto es mi obligación admitir que mi imaginación voló al extremo de esbozar a Portnoy, Petrucci, LaBrie, Rudess y Myung con la magnificencia que los vería más tarde a través de esas animaciones diseñadas de manera impecable, mesiánica y, con todo el derecho, arrogantes.
Ahora, recordando el momento, pienso que ese fue uno de los aportes indirectos de Dream Theater: Antes de su llegada, me permitieron vivir con intensidad esos momentos de intimidad que el mundo actual nos interrumpe. ¿ Cuál es ese sentimiento que nos genera Dream Theater, permanece en un lugar muy profundo pero no podemos transmitir? Quien los haya visto y disfrutado con plenitud mientras estaban en el escenario me entenderá.
Luego de las 6:00 p.m. la espera, tomaba tintes más desesperados y muy poco comprensibles: el reloj de mi cabeza sonaba como los primeros segundos de “Scenes From A Memory”. Y sin más preámbulos, el momento llegó: el semáforo invertido, símbolo conceptual de “Systematic Chaos”, ubicado sobre el escenario, pasó del rojo inferior al amarillo y unos segundos después... verde superior. Ese instante, difícil de describir, significó una de las emociones más grandes de mi vida. En parte porque la música ha sido mi refugio incondicional y ahora iba a presenciar a los gestores, a mis aliados, a unos amigos que de forma indirecta me han acompañado en diferentes circunstancias.
La primera imagen que llegó a mis ojos luego de caer el telón fue una sonrisa sincera, amable y con algo de asombro de Mike Portnoy, mientras realizaba los primeros redobles de Constant Motion. Lo demás permanece en un lugar muy profundo de mi inmanencia. Mi intención era acompañar a la banda, cantando mis canciones favoritas pero este propósito quedó en el olvido: de principio a fin estos cinco músicos me dejaron maravillado y sin más posibilidades emocionales sino admirarlos. Así sucedió desde Constant Motion hasta Razor’s Edge, pasando por Take The Time, Voices y las demás. Luego retorné a un mundo lleno de cualidades pero también de defectos. Durante dos horas estuve en medio de la perfección.
Erotomania... la trascendencia
Fue un recorrido musical y visual por una carrera llena de genialidad. No sólo produjeron impacto en mí cada una de las notas interpretadas sino la preparación audiovisual para esta gira. Erotomania significó un viaje hacia cada uno de los discos de manera visual, entendiendo el arte figurativo de ellos. El tiempo, amado por unos y despreciado por otros, fue uno de los cómplices, una de las herramientas más recurrentes en este viaje. Desde Awake, pasando pro los demás álbumes de manera aleatoria comprendí que el arte de Dream Theater trasciende hacia esferas sólo comprensibles cuando hay una apertura de mente y espíritu.
La banda
El rock progresivo no tendría el significado actual sin los aportes de Dream Theater. La puesta en escena es difícil de describir porque fue una entrega total de sentimientos a través de la música más elaborada y estructural de nuestros días. También es destacable que el virtuosismo no reemplaza el carisma en ninguno de sus integrantes. Esta vez Jordan Rudess sorprendió a la audiencia con su sintetizador y los tándems logrados con John Petrucci, quien a su vez demostró tener habilidades únicas para la ejecución de las 6 cuerdas. James LaBrie estuvo más cercano al público; sintió el cariño de la audiencia y su cordialidad fue evidente y su voz ignoró cualquier dificultad en el sonido y la acústica. ¿Qué sería de Dream Theater sin las vibraciones agresivas, imposibles y llenas de talento producidas por John Myung y su bajo? Mike Portnoy no necesita de ningún tipo de comentario; cada palabra sería insuficiente para expresar las sensaciones generadas por los redobles del mejor baterista del mundo.
Para recordar...
La esencia misma del show. Los atrevimientos musicales de cada uno y la armonía creada por todos.
El uso de altas técnicas audiovisuales para recrear un concierto que adquirió un concepto propio y altruista.
El virtuosismo y alta capacidad interpretativa que una vez más quedaron en evidencia.
Las sonrisas interminables y expresiones de satisfacción de Portnoy, Petrucci, LaBrie, Rudess y Myung hacia el público.
Un público entregado, apasionado, responsable que le dejó los mejores recuerdos de Colombia a Dream Theater.
Para mejorar...
La infraestructura de los lugares destinados para el desarrollo de este tipo de actividades culturales.
El sonido y la acústica, teniendo en cuenta que nos visitaban los músicos más virtuosos del mundo.
La logística de este tipo de eventos en nuestro país. Los organizadores deben preocuparse más por la atención adecuada del público y no por la ubicación a última hora de un pendón publicitario.
El ingreso de las personas al Coliseo.
La segmentación de la boletería. Es inconveniente que en pleno siglo XXI y con una asistencia tan numerosa sólo existan dos clasificaciones para las boletas; esto genera mayor desorden y pocas posibilidades de entretenimiento para quienes se ubican en la parte más posterior de VIP.
El más reciente concierto de Dream Theater en Colombia generó varias percepciones y puntos de vista; todos enfocados hacia la magnificencia de la banda norteamericana que por segunda vez nos visitó.
12 de marzo de 2008, una tarde lluviosa, gris y fría. El motivo de la espera incondicional: Dream Theater en el Coliseo El Campín, luego de casi tres años desde su última visita y una evolución musical frecuente, pero que no deja de sorprender. Algo en mí gritaba, con el fin de alejar preocupaciones triviales como el seguro resfriado que vendría luego de soportar varios litros de agua que caían del cielo y penetraban por la ropa hasta el cuerpo: la nerviosa y dulce expectativa.
Afuera del Coliseo, en la carrera 30, desde las 2:00 p.m. ya los imaginaba en el escenario proyectando y ejecutando las maravillas musicales sólo comparables con el sonido que el Universo mismo debe generar. En este punto es mi obligación admitir que mi imaginación voló al extremo de esbozar a Portnoy, Petrucci, LaBrie, Rudess y Myung con la magnificencia que los vería más tarde a través de esas animaciones diseñadas de manera impecable, mesiánica y, con todo el derecho, arrogantes.
Ahora, recordando el momento, pienso que ese fue uno de los aportes indirectos de Dream Theater: Antes de su llegada, me permitieron vivir con intensidad esos momentos de intimidad que el mundo actual nos interrumpe. ¿ Cuál es ese sentimiento que nos genera Dream Theater, permanece en un lugar muy profundo pero no podemos transmitir? Quien los haya visto y disfrutado con plenitud mientras estaban en el escenario me entenderá.
Luego de las 6:00 p.m. la espera, tomaba tintes más desesperados y muy poco comprensibles: el reloj de mi cabeza sonaba como los primeros segundos de “Scenes From A Memory”. Y sin más preámbulos, el momento llegó: el semáforo invertido, símbolo conceptual de “Systematic Chaos”, ubicado sobre el escenario, pasó del rojo inferior al amarillo y unos segundos después... verde superior. Ese instante, difícil de describir, significó una de las emociones más grandes de mi vida. En parte porque la música ha sido mi refugio incondicional y ahora iba a presenciar a los gestores, a mis aliados, a unos amigos que de forma indirecta me han acompañado en diferentes circunstancias.
La primera imagen que llegó a mis ojos luego de caer el telón fue una sonrisa sincera, amable y con algo de asombro de Mike Portnoy, mientras realizaba los primeros redobles de Constant Motion. Lo demás permanece en un lugar muy profundo de mi inmanencia. Mi intención era acompañar a la banda, cantando mis canciones favoritas pero este propósito quedó en el olvido: de principio a fin estos cinco músicos me dejaron maravillado y sin más posibilidades emocionales sino admirarlos. Así sucedió desde Constant Motion hasta Razor’s Edge, pasando por Take The Time, Voices y las demás. Luego retorné a un mundo lleno de cualidades pero también de defectos. Durante dos horas estuve en medio de la perfección.
Erotomania... la trascendencia
Fue un recorrido musical y visual por una carrera llena de genialidad. No sólo produjeron impacto en mí cada una de las notas interpretadas sino la preparación audiovisual para esta gira. Erotomania significó un viaje hacia cada uno de los discos de manera visual, entendiendo el arte figurativo de ellos. El tiempo, amado por unos y despreciado por otros, fue uno de los cómplices, una de las herramientas más recurrentes en este viaje. Desde Awake, pasando pro los demás álbumes de manera aleatoria comprendí que el arte de Dream Theater trasciende hacia esferas sólo comprensibles cuando hay una apertura de mente y espíritu.
La banda
El rock progresivo no tendría el significado actual sin los aportes de Dream Theater. La puesta en escena es difícil de describir porque fue una entrega total de sentimientos a través de la música más elaborada y estructural de nuestros días. También es destacable que el virtuosismo no reemplaza el carisma en ninguno de sus integrantes. Esta vez Jordan Rudess sorprendió a la audiencia con su sintetizador y los tándems logrados con John Petrucci, quien a su vez demostró tener habilidades únicas para la ejecución de las 6 cuerdas. James LaBrie estuvo más cercano al público; sintió el cariño de la audiencia y su cordialidad fue evidente y su voz ignoró cualquier dificultad en el sonido y la acústica. ¿Qué sería de Dream Theater sin las vibraciones agresivas, imposibles y llenas de talento producidas por John Myung y su bajo? Mike Portnoy no necesita de ningún tipo de comentario; cada palabra sería insuficiente para expresar las sensaciones generadas por los redobles del mejor baterista del mundo.
Para recordar...
La esencia misma del show. Los atrevimientos musicales de cada uno y la armonía creada por todos.
El uso de altas técnicas audiovisuales para recrear un concierto que adquirió un concepto propio y altruista.
El virtuosismo y alta capacidad interpretativa que una vez más quedaron en evidencia.
Las sonrisas interminables y expresiones de satisfacción de Portnoy, Petrucci, LaBrie, Rudess y Myung hacia el público.
Un público entregado, apasionado, responsable que le dejó los mejores recuerdos de Colombia a Dream Theater.
Para mejorar...
La infraestructura de los lugares destinados para el desarrollo de este tipo de actividades culturales.
El sonido y la acústica, teniendo en cuenta que nos visitaban los músicos más virtuosos del mundo.
La logística de este tipo de eventos en nuestro país. Los organizadores deben preocuparse más por la atención adecuada del público y no por la ubicación a última hora de un pendón publicitario.
El ingreso de las personas al Coliseo.
La segmentación de la boletería. Es inconveniente que en pleno siglo XXI y con una asistencia tan numerosa sólo existan dos clasificaciones para las boletas; esto genera mayor desorden y pocas posibilidades de entretenimiento para quienes se ubican en la parte más posterior de VIP.
Para olvidar...
Los antisociales y desadaptados que aún no tienen la capacidad educativa y cultural para disfrutar un show de primer mundo (por fortuna fueron pocos). Ver el comportamiento cultural de la audiencia en el Radio City Music Hall.
La displicencia de la Policía al presenciar hurtos y atracos en las filas de VIP, antes del ingreso al Coliseo.